viernes, 30 de diciembre de 2011

Diez nombres para un año

Diez nombres para un año

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JUAN BERNIER. El centenario del nacimiento del poeta de La Carlota fue recordado con varias actividades. La más relevante, sin duda, es la publicación de su Diario (editorial Pre-Textos), obra rodeada de leyenda y misterio de la que hasta este año sólo algunos fragmentos habían visto la luz. El libro recoge sus vivencias y pensamientos entre los años 1918 y 1947 y, según el profesor de la Universidad de Córdoba Pedro Ruiz, supone el intento de Bernier de "forjar una identidad a través de la escritura". La misma editorial publicó la Poesía completa de Bernier, coordinada por Daniel García Florindo. Las dos obras fueron presentadas en el marco del festival Cosmopoética.


                                   El Día de Córdoba. 28.12.2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Hoy se cumple el centenario de Juan Bernier. Un homenaje de palabras

 

El 14 de diciembre de 1911, tal día como hoy, nació en La Carlota (Córdoba) el escritor Juan Bernier Luque. Por ello me apetece hoy compartir aquí, en esta «Aula poemática», las palabras que pronuncié en el acto de homenaje y segunda presentación de su obra literaria: Diario (edición de Juan Antonio Bernier), Poesía completa (prólogo y edición de Daniel García Florindo), así como mi estudio La compasión pagana (estudio-antología de la poesía de Juan Bernier). Dicha presentación fue organizada por el Centro Cultural de la Generación del 27 y tuvo lugar el 7-10-2011 en la Sala Isabel Oyarzábal (Plaza de la Marina, Málaga).
Este es, simplemente, mi simbólico homenaje a la figura cuya poesía ha sido objeto de mi estudio y que tanta satisfacciones me ha otorgado. La más reciente ayer mismo cuando leo que su Diario ha sido elegido uno de los libros más valorados de este año. He aquí mi discurso:


Buenas tardes.

Antes de hablar sobre los libros que hoy presentamos en este homenaje a Juan Bernier quisiera agradecer a varias personas su participación en la gestación de estas obras:

·      En primer lugar, tengo que expresar mi agradecimiento al Dr. Pedro Ruiz Pérez, catedrático de Literatura de la Universidad de Córdoba, director de mis estudios de postgrado y, quien me impulsó a realizar estos trabajos, guiándome en el proceso de edición y ayudándome a solventar las distintas dudas con las que me fui encontrando.

·      A don Juan Antonio Bernier Blanco, con el que comparto no sólo el estudio de la obra de su tío abuelo Juan Bernier, sino también muchos años de compañerismo y amistad.

·      Igualmente, mi agradecimiento a don Rafael Inglada por su colaboración y ayuda inestimable al facilitarme una interesante documentación gráfica que se aporta en el estudio La compasión pagana, así como algún dato importante que casi se me escapaba, como la localización del último poema inédito de Bernier que se publicó en una revista.

·      A don José Antonio Mesa Toré por su misma disposición y ayuda. Por hacer posible esta presentación en esta institución cultural que tan bien cuida el legado de nuestros poetas y nos acerca la cultura y la poesía de nuestro tiempo.

·      Agradecer igualmente la presencia y las palabras de la Diputada Delegada de Cultura y Deportes doña Marina Bravo, así como las de don Pablo García Baena cuya presencia en este acto no deja de ser emocionante como testimonio vivo del grupo Cántico, y con quien tengo el honor de compartir ya por tercera vez en este mismo año un estrado para homenajear a su compañero de grupo.

·      Es necesario recordar el patrocinio ejercido por la Oficina de la capitalidad europea de la cultura Córdoba 2016, así como el cuidado puesto en el trabajo que tanto caracteriza a la editorial Pre-textos. Y por último a la Universidad de Córdoba y a su Servicio de Publicaciones que valoraron y aceptaron la publicación de La compasión pagana (estudio-antología de la poesía de Juan Bernier).

*

Presentar aquí, en Málaga, en el Centro Cultural de la Generación del 27, la obra literaria de Juan Bernier no deja de ser un deseo cumplido para mí, y seguramente también lo hubiera sido para el propio Bernier, puesto que, como expondré más adelante son varias y muy profundas las razones que vinculan la obra y la figura de Juan Bernier con esta ciudad y con la Generación del 27.

A pesar de la altura y la importancia de la poesía de Juan Bernier, hasta ahora no contábamos con una edición de su poesía completa. Es inexcusable el largo tiempo en el que gran parte de la obra poética de Juan Bernier ha permanecido descatalogada, al margen de los circuitos comerciales, viéndose tan sólo reducida a ciertas antologías parciales y a un difícil acceso en bibliotecas.

Con esta publicación se recupera los textos dispersos por el autor en revistas de difícil acceso hasta poco tiempo antes de su muerte en 1989, y se restituye, sin duda, la obra poética de una figura principal en el panorama de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX.

Por otra parte, de manera complementaria, se ha publicado al unísono su prosa, el diario de Juan Bernier, cuya edición ha sido realizada por Juan Antonio Bernier. Ambas obras conforman el legado literario del autor. Se salda así, en el año de su centenario, una deuda pendiente con el poeta, cuyo protagonismo cultural en la ciudad de Córdoba no cesó desde que en 1936 formara ya parte, junto a otros intelectuales, de la pionera revista Ardor, revista que vería tan sólo un único número en la primavera del fatídico año. Con Ricardo Molina y Pablo García Baena fundó en 1947 la revista Cántico, en la que también participaron desde un principio Mario López y Julio Aumente.


Hagamos a continuación una breve enumeración de la obra de Juan Bernier:

Además del reciente publicado Diario, de artículos de crítica literaria o de sus ensayos y estudios sobre arte, historia y arqueología, Juan Bernier publicó los siguientes libros de poesía: Aquí en la tierra (1948), Una voz cualquiera (1959) y Poesía en seis tiempos (1977) –volumen este último que recoge un buen número de poemas inéditos junto a los poemas publicados en revistas y en sus dos primeros libros–. Por último, terminará su producción poética con el libro En el pozo del yo (1982) y con algunos poemas sueltos en revistas.

Personalmente, editar la poesía completa de Juan Bernier ha significado cerrar un proceso que se abrió cuando durante el curso 2003-04 dediqué mi investigación doctoral al estudio de la poesía de Bernier, bajo el título  «Poesía en seis tiempos de Juan Bernier: materiales para una edición».

No sé muy bien qué motivos llevan a un filólogo a centrar su trabajo en un determinado autor, pero en mi caso la atracción por la poesía de Bernier era indudablemente muy poderosa, entre otras cosas, por su independencia, su sentido vital y su dimensión social. Aspecto este último de su obra en el que he querido profundizar debido a la escasa atención que la crítica, en general, ha ejercido en este punto fundamental.

Por otra parte, he sido compañero y soy amigo del sobrino-nieto del poeta, Juan Antonio Bernier, editor de su Diario que hoy lamentablemente no ha podido estar aquí con nosotros. A Juan Antonio lo conocí en la Facultad, con él y con otros jóvenes poetas compartí recitales, tertulias, ciclos poéticos... Recuerdo especialmente el homenaje a Juan Bernier que celebramos en aquel mítico ya café Can Can de la calle Alfaros de Córdoba. Soñábamos entonces con un Bernier hermosamente editado. Esta tarde aquel sueño es una realidad.

Ser editor no es más que ser un mediador, un mediador entre el autor y sus lectores, un mediador que trata de hacer llegar al lector el texto lo más clarificado y limpio posible de errores editoriales, conflictos ortográficos, de versiones dispares; un mediador que tiene que tomar decisiones para que la transmisión de la obra sea recibida adecuadamente por un lector de nuestro tiempo.

Teniendo en cuenta esta reflexión, siempre asumí esta labor de la edición con la máxima responsabilidad. Me encontré con un material que requería, sin duda, una reorganización que le diera fijeza, limpieza y coherencia.

Hay una postura de Bernier ante la creación literaria que consiste en la práctica reflexiva motivada por una necesidad personal, como un regalo de la memoria y de la sensibilidad que el escritor emplea sabiamente. En este sentido, es muy revelador que sea su Diario la obra con la que se inicia su trayectoria literaria, una obra que abarca, por un lado, la memoria de su infancia a los siete años (en 1918) hasta la inflexión que supone la guerra civil (1936), y, por otro lado, los años de posguerra hasta 1947, con el nacimiento de Cántico.

Curiosamente este Diario se mantuvo oculto hasta ahora, suscitando el interés por la leyenda que se cernía sobre la autobiografía oculta o secreta de Bernier: dónde estaba, cuándo saldría a la luz, qué cosas contaría, a quiénes implicaría, cómo lo haría, etc.

Yo, al menos, había deseado saber qué cosas contaría Bernier en esta obra con la que no pude contar cuando realizaba la edición de su poesía.

Cuál ha sido mi sorpresa al darme cuenta, tras su lectura, que el mundo poético de Bernier ya está en su Diario, o dicho de otra manera, en su Diario se revelan ya lo símbolos ocultos de su poesía. Su Diario es tan literario como su poesía misma. Por eso, él lo entrega como una obra literaria y no personal. Por eso, lo acaba cuando empieza a escribir su poesía. No es, pues, una necesidad biográfica la que lo impulsa a escribir el Diario, sino una voluntad artística o más bien una suerte de alquimia que convierte los signos de su presente en símbolos literarios.

Pero lo que me parece más interesante destacar es que Bernier publica su primer poemario Aquí en la tierra (1948) justo después de terminar su Diario, aunque vuelva a él, en un continúo proceso de corrección y reescritura hasta 1989, el mismo año de su fallecimiento. Así observamos la siguiente paradoja: frente a su prosa prohibida, oculta, imposible de revelarse en aquel tiempo franquista, su poesía sí le permite expresarse públicamente y burlar una censura incapaz de acceder al mundo simbólico del poeta.

Si hemos distinguido, por un lado, una fase inicial en la escritura de Bernier (la de su Diario secreto), una segunda etapa (la escritura poética a partir de 1948), cabe distinguir un tercer estado, el que desarrolla vitalmente con su labor como historiador y arqueólogo, descubriendo importantes hallazgos arqueológicos, como los treinta y siete yacimientos en la Bética, entre fortificaciones y recintos ibéricos.

Con motivo del traslado de unos ídolos femeninos en piedra caliza desde “El Laderón” al recién creado museo de Doña Mencía, en abril de 1954, Bernier declaraba:

Verdaderamente es bella la arqueología, porque nos permite opinar y sentirnos satisfechos con nuestras opiniones. Incluso es tan tolerante, que podemos negar la divinidad de tan endiosados pedazos de piedra sin miedo a posible excomunión de sus fenecidos sacerdotes. Sólo que aquí no es cuestión de dogmatizar, sino de describir esa pareja de presuntas diosas madres que, pusieron su santuario muy cerca del buen lomo y el buen vino de Doña Mencía…

Y en una entrevista publicada en la edición cordobesa de El Correo de Andalucía el 11 de febrero de 1973 nos dice:

En realidad debía de ser el poeta, pero a pesar de que yo fui un pionero en la poesía moderna en los tiempos de Cántico, lo que ha sido especialmente interesante para mí es la arqueología y la historia. En el fondo, me gustaría hacer sobre todo poética. Pero las circunstancias nos obligan a veces a hacer otras muchas cosas.

Efectivamente, sus descubrimientos arqueológicos, de alguna manera no dejan de ser la revelación en su vida del imaginario de su poesía que se hacía tangible en cada hallazgo, en cada yacimiento, en cada estatua. De hecho, en el poema emblemático y liminar de su primer libro «Deseo pagano» ya se invoca a esos

Dioses innúmeros perdidos en los campos
entre hierba y mirto, paciendo los sonidos de los vientos suaves.

Y, exactamente, fueron pocos años después los dioses innúmeros descubiertos aquí, bajo la tierra.

Y todo ello ¿por un afán estético? No sólo. Fundamentalmente, con un afán humanista. Los productos del arte humano: la poesía, el arte, la religión (pagana, preferiblemente) son los elementos que nos humanizan, es esto lo que nos hace dejar de ser bestias, para ser hombres, dejar atrás la guerra, la injusticia.

Para Bernier la poesía es un espacio de intimidad intelectual compartida. Su obra no muy extensa se dilata en el tiempo, de ahí que, reflexionando con W.H. Auden en La mano del teñidor podamos aplicar a Bernier las siguientes palabras:

Cualquiera que sea su futura vida como asalariado, ciudadano u hombre de familia, su existencia poética venidera siempre será un enigma para él. Nunca podrá decir: mañana escribiré un poema y, gracias a mi entrenamiento y a mi práctica, sé que lo haré bien. Ante el público un hombre es un poeta si ha escrito un buen poema. Ante sus propios ojos, un poeta sólo lo es cuando está haciendo la última revisión de un nuevo poema. En el momento anterior no era sino un poeta en potencia; al momento próximo es un hombre que ha dejado de escribir poesía, tal vez para siempre.

Este pensamiento de Auden coincide, de alguna manera, con la posición adoptada por Bernier ante su labor poética que no desarrolla de modo constante, sino tan sólo cuando la siente necesaria. A ello se une una conciencia de humildad y respeto ante la poesía. Podríamos aquí recordar las palabras que Vicente Aleixandre le escribe en una carta fechada el 21 de enero de 1949 convenciéndole de su magnitud y grandeza como poeta:

Pues este librito suyo me dice la cantidad de poeta que lleva Vd. dentro. Es usted un gran pagano que hubiese tropezado en todas las esquinas de la vida, sin perder la voluntad de luz que le yergue…, pero sangrando a ratos.

Bernier opina en su artículo sobre Cernuda «La antipoesía y Cernuda»[1] una serie de ideas que giran sobre el papel y la función del poeta contemporáneo. Lejos de imaginar su mundo, el poeta debe bajar a la tierra, puesto que «el ideal de hoy no es subir por una escala de seda, sino bajar por la escalera de caracol al profundo y misterioso corazón caliente de las cosas». De este modo, el propio Bernier se sitúa dentro de una tradición realista y comprometida que trata de reivindicar y actualizar:

Hay una serie de hombres, entre otros, Apuleyo, Aretino, Petronio, Boccaccio, Rabelais o Montaigne, que dejan tras sí el pasmo de las cosas tal como son: no es intencionadamente la prosa del «Code Civil» o el repugnante barroquismo realista de un Zola. Es la naturalidad inintencionada, el pincel vivo y rasgueante, sobre el lienzo impoluto de la antifantasía. Así, sí. Pero los poetas no. Ellos siguen con los estados subjetivos, con sus llantos, sus lágrimas, sus suspiros como materiales de derribo que se aprovecha para unas obras nuevas. Algunos como Gide, por ejemplo, hacen jugo de pétalos de cualquier problema hondo, áspero, brutal; otros escriben dentro de un cuenco de cristal, alejados de toda humanidad, pero resplandecientes de artificiales fuegos de luz y color, hasta cegar la mirada humilde que aspira a ver y comprender el mundo.[2]

Desarrolla, pues, Bernier una huida en solitario hacia el latido existencial que no debe enmascararse con adornos o fantasías sentimentales. Para él este descenso de la torre del poeta surge de «la aguda amargura de los problemas personales o de la consideración de la moderna tragedia de masas, atropelladas, exterminadas o hambrientas. Vino del fracaso de las doctrinas, del orden o de las ideas. De saber el hombre que su solo lazo es con las cosas, con las que vive cada día y con las que muere. De saberse él mismo un mundo desamparado.» A ello contribuyó, sin duda, la traumática experiencia de la guerra y la posguerra. Y concluye recordándonos Bernier el significado de la palabra tierra que utiliza en su primer título y toda una declaración y arenga hacia un quehacer poético sustentado en la realidad, con lo bueno y lo malo que ella contenga y que se encuentra dentro de un «nosotros», de la mirada del poeta capaz de interpretarla o, sobre todo, cuestionarla:

De esta poesía, que Cernuda empezó muy joven, podemos decir que es tierra. Porque incluso lo áspero, lo desagradable, se acoge en el seno del poeta, como algo inevitable y propio, a lo que dar calor. ¡Oh, no! ¡No alejarnos! Todo es nuestro totalmente. Lo bueno, lo malo, lo brutal, lo de aquí abajo, lo que late en nosotros y en las cosas, actual, oscuramente primitivo, es como un timbre genealógico, un título, blasón. Bajemos siempre, siempre…[3]

El discurso de Bernier no deja de ser social, reflexivo y existencialista, emparentándose así con la poesía monstruosa de Dámaso Alonso en Hijos de la ira (1944).

Ya desde el primer poemario Bernier se nos revela como un poeta social. En él el culturalismo no es un adorno, sino una manera simbólica y permitida de hablar de lo que a él le interesa como individuo (la propia existencia y la de los otros en un mundo absolutamente en sombras).

Bernier se dirige hacia la tradición de la sátira y condena de las desigualdades sociales, por un lado (la compasión humana). Por otro, encontramos una línea dirigida a la expresión de los sentidos en libertad, del erotismo y de la homosexualidad tanto como conflicto social como liberación personal (de nuevo, la paganidad). En definitiva, sus poemas denuncian, de alguna manera, la decadencia de un mundo que es hipócrita desde la base social donde el hombre se anula a sí mismo con reglas incomprensibles que someten al sujeto a un sistema cerrado de valores ajenos y alejados de la Naturaleza.

Al abordar, pues, la obra poética de Juan Bernier, es interesante establecer, en primer lugar, dos sólidos principios sobre los que se fundan su mundo poético: una concepción humanista y una heterodoxa visión del mundo. Estos aspectos articularán una serie de temas con los que el propio poeta organizó toda su obra en 1977, bajo el titulo de Poesía en seis tiempos. Así, puede reconocerse cómo interceden en los distintos poemas los siguientes seis núcleos temáticos o tiempos bajo el doble denominador común de un paganismo vital y una moral existencial y compasiva hacia el ser humano: «Tiempo de Sur», «Tiempo de deseo», «Tiempo del hombre», «Tiempo de muerte», «Tiempo de Dios» y «Tiempo de ahondar».

Con esta división temática, Bernier recopila su obra hasta la fecha, concibiéndola como un conjunto, un todo orgánico que prescinde de demarcaciones temporales. Una concepción, por otra parte, muy anglosajona de entender el libro.

En esta nueva edición, sin embargo, respetamos el orden cronológico de la publicación de cada libro para reconocer la trayectoria poética y ordenar igualmente los poemas publicados por separado en las diferentes revistas. Naturalmente, se ha seleccionado las últimas versiones de los poemas.

*

Bajo el título La compasión pagana (Estudio-antología de la poesía de Juan Bernier) se proyecta una selección de la poesía de Juan Bernier que tratará de dar una visión panorámica de su trayectoria partiendo de un eje esencial de su poética y pensamiento: la moral de la compasión. Con este sintagma nos referimos a una mirada compasiva, humanista y humanitaria hacia el ser humano. Por otro lado, esa mirada no debe confundirse con una virtud teologal, sino todo lo contrario, con un sentido heterodoxo y pagano del mundo. De alguna manera, se trata de mostrar una poesía que puede entenderse como “social”.

La poesía de Juan Bernier no ha sido estudiada con atención, detenimiento y de manera individualizada del grupo Cántico. Un estudio introductorio y un aparato crítico en los poemas tratará de mostrar con esta perspectiva la trayectoria poética de Juan Bernier. Se ofrece igualmente una serie de materiales que complementan la concepción poética de Juan Bernier (cronología, documentos y juicios críticos, documentación gráfica, bibliografía, etc.).

Para concluir, de nuevo, quisiera retomar el sentido simbólico de esta segunda presentación oficial de la obra literaria de Juan Bernier. Si la primera fue el 9 de abril, en Córdoba dentro del marco de la octava edición de Cosmopoética, la que hoy celebramos complementa y cierra este centenario de la mejor manera, ya que ambas ciudades están muy presentes en la vida y obra del escritor, y ambas simbolizan las dicotomías que vertebran la obra de Bernier (crueldad / belleza; represión / libertad; tierra / mar, etc.). Y naturalmente la vinculación con los poetas del 27, especialmente, Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre cuyas obras respectivas Hijos de la ira  / Sombra del paraíso se sincretiza de alguna manera también en su obra. Sin olvidar naturalmente el fondo cernudiano que también contiene (realidad / deseo).

Bernier es un poeta sensorial y ético, profundamente reflexivo y comprometido que cultivó la poesía como medio de expresión de una verdad íntima muy ajeno a cualquier postura o impostura. La singularidad de esta voz es poderosa por su independencia, su protesta disidente ante cualquier sistema que encadene la libertad del ser humano.

Una poesía coherente con el individuo que fue, una poesía que lo define en un aspecto fundamental: el valor de la vida en sí misma. De ahí nace la moral de la compasión por aquellos que no pueden disfrutarla y por él mismo, que como todo ser humano tiene que enfrentarse a la muerte. De ahí que sean grandes temas universales los que acompañan a Bernier en toda su obra: la vida, el amor, el hombre, la muerte o Dios. En fin, interrogantes trascendentales, conflictos humanos a los que se enfrentan desde la razón, desde una postura limpia y heterodoxa.



          Daniel García Florindo
          Málaga, 7 de octubre de 2011




[1] Juan Bernier, «La antifantasía poética y Cernuda», Cántico, II, n.º 9-10, Córdoba, 1955, p. 42-43.
[2] Juan Bernier, op.cit. Reproducimos el artículo completo de Bernier «La antifantasía poética y Cernuda» en el apartado III. Documentos y juicios críticos.
[3] Juan Bernier, op.cit.





lunes, 12 de diciembre de 2011

La luz de Lisboa

La voz de este videopoema sobre "La luz de Lisboa", uno de los poemas de Cuadernos de Lisboa, es de Martín Lucía, coeditor de Ediciones En Huida. Es un entrañable regalo escuchar un texto propio a través de un amigo. Gracias.



LA LUZ DE LISBOA
A Rocío Hernández Triano

Era una luz distinta. Y era una luz de invierno
cuando llegó a tu rostro vespertino,
porque una luz más pura se inclinaba nocturna
bajo los aguaceros de Lisboa.

Recuerdo las palabras que no dije
como el rocío frío de tu nombre,
las que pude salvar en el silencio,
en el gesto inconcluso de los labios
las palabras que fueron a perderse
bajo los aguaceros de noviembre
y tu ropa mojada por la luna de Alfama.

Tal vez fue suficiente una ciudad
para decir que el mundo está siempre nublado
menos allí, amor, claro día de un sueño,
de nueva luz abierta en tu mirada
cuando los barcos llegan a buen puerto
y el corazón se alegra de estar vivo.

Siempre te esperaré en Cais do Sodré
porque también existen los regresos.

Porque también terminan los inviernos, amor,
en la ciudad más triste y más hermosa
donde reina un verdor de esmaltes óxidos
por la melancolía de sus calles. Recuerda,
eras un mirlo blanco entre tanta barbarie
 incrédula de tanto, tanto amor imposible
cuando nos despertamos en el barrio de Graça,
cuando el mundo aún recién hecho temblaba
y aún tiembla para siempre
en nuestro amanecer emocionado.

domingo, 11 de diciembre de 2011

El yo o las sombras

"El yo o las sombras" (reseña crítica del libro Ahora, todavía, de Álvaro Salvador), Hélice, n. º16, 2002, pp. 60-62. 




Inmersiones

“Inmersiones” (reseña crítica del libro Olas en la noche, de César Antonio Molina), Hélice, n.º15, 2001, pp. 66-67. 



Conocimiento y placer

“Conocimiento y placer” (reseña crítica del libro Mar de Pafos,  de Esther Giménez), Hélice, n.°14, 2000, pp. 78-79. 



Distancias

“Distancias” (reseña crítica del libro Métodos de la noche, de Andrés Neuman), Hélice, n.°13, 2000, pp. 75-76

viernes, 9 de diciembre de 2011

La noche de los feos



Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."
"."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."
"¿Algo cómo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
"Vamos", dijo.

2

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble. FIN



Mario Benedetti

Daniel García Florindo en la Biblioteca Pública Municipal "Alfonso Grosso" (14-12-2011. 19.30 h)