lunes, 7 de diciembre de 2009

La casa roja de Mestre, dos caballos muertos... y mis personas libro



La casa roja, de Juan Carlos Mestre es el libro galardonado con el Premio Nacional de Poesía 2009, donde los versículos a veces se amplían hasta convertirse en una prosa poética intensa a base de imágenes que se agrupan y se atropellan con ritmo de salmodia. Este ritmo impregna al texto de algo sagrado, hace de los poemas conjuros que apelan a la intuición del lector. Es mejor dejarse llevar que pararse a cada instante en la profundidad de tanta riqueza imaginaria, o bien, es recomendable releer a veces algunos poemas que recobran así una nueva capa de intelecto y emoción. No se trata de surrealismo, sino de una difícil apuesta creativa que no divaga por las nubes, sino que tiene los pies en la tierra lo que le hace ser pesimista en la caída del vuelo solidario que persigue. Esa triste utopía por ser utopía es la que se canta con la solidaridad de una casa abierta, ideológicamente roja. Una casa donde habitan las palabras, la poesía, la luz, las ideas, los ideales… Nada nuevo en la alta poesía de Mestre, aunque podríamos añadir a su sentido crítico cierta ironía sutil y aguda que no encontramos en los anteriores La tumba de Keats o La poesía ha caído en desgracia.


Al leer el segundo poema del libro entendí que las estrellas son para quien las trabaja. Se trata de un poema mágico, de los que deja huella y quisiera uno haber escrito, o bien, aprendérselo de memoria. Me refiero al poema “Cavalo morto”, título también de otro poema del brasileño Lèdo Ivo que expongo a continuación:



CAVALO MORTO


En Cavalo Morto las muchachas acostumbran a pasear con los soldados. Y después a amar. Surge entonces un despropósito: ellas, tras el amor, bordan en las nubes, con un alfabeto azul y blanco, los nombres de sus pretendientes: José, Antonio, Manuel, Juan.


Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores en el matorral. Vuelven intrépidas, excitadas por el brebaje de la luna. Y para ellas no hay exigencias, cobardías, acontecimientos. Hay los soldados del batallón.


En agosto, enero y aún en septiembre, las muchachas aman en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus amantes y dejan en la arena del camino alguna cosa, espuma o gasa. Los soldados no saben hacer sonetos, pero ¡cómo aman!


Por la noche Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si usted para un día y oye voces y risas y jadeos amorosos, no se asuste con miedo fantasmal. Son las muchachas amando a los soldados en Cavalo Morto.



Perfecto ejemplo donde el ritmo amplio y solemne del salmo se construye sobre un uso retórico —perdón, mágico— de la anáfora y la concatenación. Podríamos hablar aquí de intertextualidad, pero yo preferiría un nuevo concepto que aún no existe en la crítica literaria, o al menos no conozco. Me atrevo a sugerir no una interrelación de los textos, sino de su esencia lírica. En fin, se trata de una construcción lírica a partir de otra, un potente artilugio poemático. Aquí lo tienen:



CAVALO MORTO


Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.


Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina.


Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.


Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras con el timbre de las bicicletas.


Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.


Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.



Por último, una nota más sobre este libro y un homenaje a la asociación Fahrenheit 451, LAS PERSONAS LIBRO. No puedo dejar de aplaudir a este colectivo en su labor de difusión de la palabra viva, un grupo de personas que se reúnen para recitar, narrar textos memorizados de la literatura o del saber universal en un afán de comunión con quien escucha, con el otro que puede apreciar la riqueza impagable de unos párrafos, de unos versos directamente. Hacen una labor parecida a la de Lorca con su teatro universitario “La Barraca”, llevando las obras de pueblo a pueblo, de ciudad en ciudad. Yo los he conocido, he colaborado con ellos y mi amada es una de ellas. Por eso quiero dejar también este regalo que nos hace Mestre en su casa roja, el penúltimo poema del libro titulado “Lápida en la Biblioteca de Sarajevo”:



LÁPIDA EN LA BIBLIOTECA DE SARAJEVO


En este lugar criminales serbios quemaron la noche

del 25 al 26 de agosto de 1992

dos millones de libros.


La hierba seguirá creciendo sobre la tumba de

Izar Zarajlic


Alguien dejará su pañuelo sobre la tumba de

Wilde.


Otro acercará su oído al río que pasa bajo los ojos de

Pasternak.


En este lugar Nina y Raza esperan el tranvía número 6.