domingo, 15 de junio de 2008

Inquietudes bárbaras



De nuevo, Luis García Montero nos obsequia con uno de sus libros de ensayo habituales sobre la reflexión de la poesía en nuestro mundo, aunque en esta ocasión lo hace desde una perspectiva más claramente política, de tal manera que se confunden en el mismo plano los términos poesía con política, poéticaética, porque todos responden a una función común: entender el mundo en la literatura (poesía) y entender el valor de la poesía en nuestro mundo.

Quien conozca la obra de García Montero verá que desde su Poesía, cuartel de invierno hasta Los dueños del vacío sigue manteniendo sus convicciones poéticas que podemos identificarlas con sus convicciones éticas, las cuales no son otras que las manifestadas en una poética-política digna o dignificada desde una esencia ilustrada. Desde esta perspectiva de la luz se sitúa Luis García Montero, desde esa inquietud que le hace escribir en un espacio público, el territorio del poema, un espacio que debe ser ejemplo de una mirada fraterna, compartida en un mundo en el que los intereses privados están por encima de la moral pública.

Por eso, más que nunca hoy es necesario libros como Inquietudes bárbaras, donde Luis García Montero pasa revista a la historia íntima de la poesía, como suele hacer, y reflexiona sobre su propia poesía, sobre la de sus maestros o sobre temas como la educación (una ética para ciudadanos), la república, la religión o las contradicciones del sistema y del individuo confinado en él.

Son reflexiones “bárbaras” porque desarticulan mentiras cómodas que sustentan injusticias vitales. Así, por ejemplo, al hablar de Cernuda se desprende esta reflexión filosófica sobre la creencia religiosa:

Para que existan los dioses parece obligado que los hombres no tengan muy buena opinión de sí mismos, que duden de sus intenciones y de su decencia, que sean proclives a sentirse pecadores. El individuo religioso se maltrata, alberga una pobre imagen de su autonomía moral, de su capacidad de resistencia ante las tentaciones, y necesita una totalidad en la que diluirse.


Porque son precisamente reflexiones como estas las que nos hacen sentir que es posible el hombre libre que se congratula en los demás al hacer el bien, en dar lo mejor de sí, sin esperar el cielo o el paraíso (que ansían, por ejemplo, los fanáticos o los terroristas de cualquier causa), el hombre libre que se acerca a la utopía, a la felicidad colectiva, a la lucha contra los engaños del poder mediático y corrupto, el hombre que tiende un puente entre la causa pública y el corazón privado, entre la convicción íntima y la necesidad pública; la escritura, en fin, es un lugar de encuentro, un espacio público en el espacio íntimo del poema.